Francisco Ríos González
El Pernales

Francisco Ríos González
«El Pernales»
Nacido en Estepa (Sevilla), En veintitrés días del mes, cuando corría el mes de julio del año de nuestro señor de mil ochocientos setenta y nueve.
Fallecio: En Alcaraz (Albacete)
Era el treinta y uno días del mes, cuando corría el mes de agosto del año de nuestro señor de mil novecientos siete.
Sepultura:Sus cadáveres se trasladan primero a Villaverde y luego a Alcaraz (Albacete) donde los cuerpos de los bandidos fueron expuestos al público en el patio del ex-convento de Santo Domingo de dicha localidad, donde aún permanecen enterrados.
En la villa de Estepa diócesis y provincia de Sevilla, a veintisiete de julio de 1.879, yo, don Manuel Téllez, Presbítero, con licencia de don Joaquín Téllez, cura propio de la Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción la Mayor, de esta villa, bauticé solemnemente a un niño que nació a las seis de la mañana del día veintitrés del actual, calle Alcoba, número diez, perteneciente a esta feligresía, hijo de Francisco Ríos Jiménez, jornalero, y de Josefa González Cordero, casados en esta parroquia en mil ochocientos setenta y uno. Abuelos paternos, Juan Ríos y Florencia Jiménez; maternos, Francisco González y María de la Asunción Cordero. Se le puso por nombre Francisco de Paula José. Fue su madrina María de los Dolores Ortiz, casada, a la que advertí el parentesco espiritual y obligaciones contraídas. Fueron testigos D. José Valenzuela Silva y Rafael Galván Gómez, todos naturales y vecinos de esta villa. En fe de lo cual firmamos fecha ut supra. Joaquín Tellez.- Manuel Téllez.
(Archivo Parroquial de la Iglesia de Santa María. Tomo 29 Folio 167)
Cualquier viajero que en aquel abrasador verano de 1.879 tuviese necesidad de recorrer los calcinados campos donde se unen las provincias de Córdoba y Sevilla, por fuerza habría de quedar con el espíritu quebrantado bajo el peso de un terrible pesimismo. Desde Estepa a Puente Genil, de Puente Genil a Lucena y de Lucena a Aguilar sólo vería miseria. Una miseria angustiosa, torturadora, lacerante.
Los braceros trabajaban doce horas diarias, de una de la madrugada a una de la tarde. Y por tan larga jornada recibían únicamente cinco o seis reales. Con ser esto malo, aún era peor que no podían cobrarlo todos los días. El trabajo escaseaba. Por eso en Matarredonda, Marinelada, Pedrera y otros pueblos el hambre desembocaba con frecuencia en robos.
La gente del campo vivía como las bestias. En los cortijos, muchos animales tenían mejor alojamiento que ellos. Entre unos toscos muros, y bajo una cubierta a veces de paja, se cobijaban un hombre, una mujer y unos niños. Durante meses sólo comían un pan que parecía amasado con hollín y un tocino que hubieran despreciado los perros.
La familia del que ha de ser, con los años, famoso bandido es de humilde condición. El padre dicen que ha sido vaquerizo en Montellano. Ahora lleva la misma triste vida que todos los braceros. Trabaja menos de lo que quisiera y cobra escaso jornal. Cuando el hambre les aprieta, emprende largas caminatas en busca de frutos y hortalizas. También practica, de forma rústica, la caza. Para ello ha de burlar a los guardias y saltar tapias y cercados. No tiene más remedio que hacerlo así. Ha de procurarse, por procedimientos poco lícitos, lo que no puede obtener con el esfuerzo de sus brazos.
El futuro bandolero ha crecido lleno de necesidades, sin recibir instrucción alguna. Hacerle aprender las primeras letras hubiera constituido un extraordinario lujo que ellos, en modo alguno, pueden permitirse.
Al contar el pequeño Francisco diez años marcha con su padre a Calva, donde ambos ejercen, el oficio de cabreros. Luego regresan a Estepa. De nuevo en su casa, trabajan cuanto buenamente pueden. Si les falta ocupación dedican el tiempo a merodear por los alrededores. Como antes, como siempre, van en busca de algo que poder llevar al pobre hogar. La presencia de la Guardia Civil les hace a veces dar grandes rodeos. Al fin, no pueden evitar tener con ella encuentros desagradables, de los que casi nunca salen bien librados. Como ya les han hecho serias advertencias, un día, al repetírselas, golpean al padre. Este recibe el castigo sin protestas. Pero no así el muchacho, que al verle maltratado se rebela. Con toda la osadía de sus pocos años, rabiosamente, intenta agredir a los guardias. Estos, teniendo en cuenta su corta edad, se contentan con darle unos cuantos pescozones. No podían suponer que, en aquel momento, se habían ganado un feroz enemigo. Francisco no olvidará nunca aquellos golpes. Desde entonces, hasta su próximo fin, irá creciendo en él, cada vez más hondo, un odio salvaje hacia los civiles. Sueña con vengarse de ellos cuando sea mayor.
Por aquellos días lleva a efecto los primeros robos. Los realiza en los campos, en las casas y en las tiendas. El médico titular de Estepa, don Juan Jiménez, siente compasión de él y trata de hacerle abandonar aquel mal camino. A su amable trato, el muchacho parece dulcificarse. Aprende a leer medianamente y a trazar, con trabajo una torpe y vacilante escritura. Al tiempo que le da lecciones le busca también trabajo. De entonces data su gran afición a los caballos, de los que más tarde será un gran conocedor. En tan esperanzadora disposición pasan dos o tres años.
Su padre no ha abandonado las habituales correrías por los campos, en las que Francisco le ha acompañado muchas veces. Un día, la guardia Civil le sorprende en el momento de cometer un pequeño delito. Por causas que se ignoran, uno de los guardias le propina un fuerte culatazo, que da con él en la tierra. Es trasladado al pueblo y, de resultas del golpe, muere días después.
Huye del trabajo y otra vez vuelve a tentarle lo ajeno. Como siempre, no pasa de las habituales raterías. Hoy es un jamón, mañana un borrego, otro día un costal de aceitunas.
Un día se fija con interés en María de las Nieves Caballero y la da palique en su reja. Durante meses, Francisco va todos los días. No demoran demasiado su casamiento. La ceremonia tiene efecto el día de Navidad de aquel año de 1.901.
En la ciudad de Estepa, diócesis y provincia de Sevilla, a veinte y cinco de diciembre de mil novecientos y uno, yo, don José Ramos Mejías, cura propio de esta iglesia parroquial de Santa María de la Asunción. la Mayor y Matriz, desposé y casé por palabras de presente, que hicieron verdadero y legítimo matrimonio a Francisco de Paula José Ríos, de estado soltero, jornalero, de edad de veintitrés años, hijo legítimo de Francisco Ríos Jiménez, difunto, y de Josefa González Cordero, juntamente con María de las Nieves Pilar Caballero, también soltera, de edad de veinte y siete años, que vive en la calle Dehesa, número treinta y dos, hija legítima de Manuel Caballero Fernández y de María del Carmen Páez González. Confesaron y comulgaron, fueron aprobados en doctrina cristiana y amonestados en tres días festivos, según y como lo dispone el Santo Concilio de Trento, en esta Iglesia Parroquial, de cuyas proclamas no resultó impedimento alguno canónico, habiendo precedido el oportuno consejo favorable de sus padres y todos los requisitos necesarios para la validez y legitimación de este Sacramento, siendo testigos a dicho desposorio D. Francisco Juárez de Negrón y D. Manuel García Gómez, todos naturales de esta ciudad.
En fe de lo cual lo firmo fecha ut supra.-José Ramos. (Archivo Parroquial de la Iglesia de Santa María de Estepa. Libro 16, Folio 260, Número 5).
Francisco apenas para en su casa. Falta con frecuencia días y noches enteros, dedicado a sus raterías.
Una de estas veces llega a primera hora de la tarde, dispuesto a descansar. Su hija, que cuenta diez meses de edad, se muestra inquieta. No deja de llorar, impidiendo a su padre conciliar el sueño. Trata éste de hacerla callar y no lo consigue. Molesto por su insistencia, se levanta furioso y la zarandea. Sólo consigue que arrecie en su llanto. Desesperado, se acerca a la lumbre que arde en el hogar. Mete los dedos en el bolsillo del chaleco y echa en las brasas una moneda de cobre de diez céntimos. Cuando juzga que está bien caliente, la retira con la tenaza. Levanta a continuación las ropitas de la criatura y coloca en la desnuda espalda la moneda candente.
-¡Toma! -dice-, para que llores con motivo. Un hiriente grito acompaña al olor de la carne chamuscada. Francisco se tumba de nuevo en la cama, sin mostrarse conmovido por los lamentos de la niña.
Su esposa lo abandona llevándose a su hija harta de los malos tratos.
Acaba de cumplir veinticinco años. Es un hombre bajo, (1,50 metros), ancho de espaldas, algo rubio, con pecas. Bajo las cejas despobladas, sus grandes ojos azules, casi siempre entornados, miran de través, con dura luz. El rostro, totalmente afeitado, es frío e impasible. Tiene la boca amplia y desdeñosa. Sobre la frente le cae, arqueado, un mechón rebelde escapado de su rústico peinado. En la mejilla derecha tiene una cicatriz. Su aspecto general expresa una naturaleza bárbara, unos instintos agresivos.
En Estepa ya hace tiempo que se le conoce por el apodo de «el Pernales». No se sabe de dónde ha podido venir. Hay quien sostiene que «Pernales» es lo mismo que pedernales. Se supone, por tanto, que con el mote quiso calificarse la dureza de sentimientos del bandido
Todo sucede en una tarde primaveral del año 1.905. Al punto está de caer el sol cuando los tres maleantes «El Pernales», «el Niño de la Gloria» y «el Canuto» se presentan en un cortijo del término de Cazalla. Sin más, piden de cenar. Tras la cena les exigen el dinero que tengan y los dueños del cortijo obedecen dandoles el dinero, «El Pernales» tras atar al cortijero, viola a la mujer, luego es el turno de los otros dos.
Así, de esta indigna manera, como ladrones y violadores, inician «el Pernales» y sus compañeros la vida bandolera.
Tras dos años de violencia y ultrajes, en 1907, intentó huir a América con su nueva amante, con la que había tenido una hija, pero no lo consiguió. Durante años la Guardia Civil lo acosó continuamente hasta que el 31 de agosto de 1907, cuando tenía 28 años, en el paraje del Arroyo del Tejo, cerca de Villaverde de Guadalimar, en la Sierra de Alcaraz, fue sorprendido por el teniente Haro y sus hombres mientras comía en un olivar con un compañero de su partida, Antonio Jiménez Rodríguez, el Niño del Arahal. Tras un tiroteo por ambas partes, cayeron los dos bandidos muertos a tiros.
El teniente Haro hizo inventario de cuanto los malhechores llevaban. Entre los efectos encontrados en la chaqueta de «el Pernales» halló dos cartas de su puño, escritas con la desigual letra y la disparatada ortografía que le eran habituales. Una estaba dirigida a su madre con la firma de Francisco Ríos. Otra, con su apodo, iba destinada a Conchilla, su amante. En ella le decía: «Estate preparada que voy a ir por ti y te voy a traer en mi compañía, que no necesitas para venir conmigo ni ropa ni dinero».
A su muerte, se creó un falso mito en torno a él, que robaba a los ricos para repartirlo entre los pobres, con lo que fue convertido en un héroe popular. Una copla dedicada a su memoria decía:
Ya mataron al Pernales,
ladrón en Andalucía,
el que a los ricos robaba,
y a los pobres socorría.
Lugar de nacimiento Estepa (Sevilla), 23 de julio de 1.879
37°17'29.85661 "N 4°52'41.01755"W
37.29162683665708, -4.878060431715093
Lugar de su fallecimiento Alcaraz (Albacete), 31 de agosto de 1907
38°39'52.35450"N 2°29'27.56896"W
38.66454291677726, -2.4909913774306274