Los amantes de Teruel
Cuenta la leyenda que Isabel y Diego crecieron y jugaron juntos en el Teruel del siglo XIII. Ambos eran de familias nobles de la ciudad. Ella, única hija de Don Pedro de Segura, un rico comerciante. Y él, segundo hijo de los Marcilla, una familia de linaje de Teruel. Los jóvenes se amaban mucho, hasta el punto que se hablaron. El joven le dijo que la deseaba tomar por esposa, ella respondió que el deseo de ella era el mismo, pero que supiese que nunca lo haría sin que sus padres se lo mandasen. Entonces, él la quiso más. Él era un buen joven, pero no tenía riquezas, pues al ser el segundo hijo la herencia era integra para el primogénito.
El joven dijo a la doncella que, como su padre tan sólo le despreciaba por la falta de dinero, que si ella lo quería esperar cinco años él iría a trabajar por mar y por tierra, donde poder ganar dinero. Ella se lo prometió.
Peleando contra los moros, ganó pasados cinco años cien mil sueldos, por mar y por tierra.
Durante ese tiempo Isabel fue importunada por su padre para que tomase marido. Ella logró impedir que la casara diciéndole que había hecho voto de virginidad hasta que tuviese veinte años y sosteniendo que las mujeres no debían casarse hasta que pudiesen y supiesen regir su casa. Pasados los cinco años el padre le dijo: «Hija, mi deseo es que te cases». Y ella, viendo que el plazo de los cinco años estaba a punto de concluir, y su novio no comparecía ni daba razón de sí, terminó por creer que estaba muerto.
En seguida el padre la prometió y al poco tiempo se realizaron las bodas; y ese día llego Diego.
El enamorado se puso tras el lecho de su amada ya desposada y le dijo: bésame que me muero y ella repuso: No quiera Dios que yo falte a mi marido. Por la pasión de Jesucristo os suplico que busquéis a otra, que de mí no hagáis cuenta, pues si a Dios no ha complacido, tampoco me complace a mí. Él dijo otra vez: bésame que me muero; repuso ella: No quiero.
Entonces el cayó muerto. Ella, que lo veía como si fuera de día por la gran luz de la habitación, se puso a temblar y despertó al marido diciendo que roncaba tanto que le hacía sentir miedo, que le contase alguna cosa. Y él contó una burla. Ella dijo que quería contar otra. Y le contó lo ocurrido y de cómo con un suspiro Diego había muerto.
Dijo el marido: Oh! Malvada, y ¿Por qué no lo has besado? Repuso ella: por no faltar a mi marido. Ciertamente, dijo él, eres digna de alabanzas.
El, todo alterado, se levantó y no sabía qué hacer. Decía: Si las gentes saben que aquí ha muerto, dirán que yo lo he matado y seré puesto en gran apuro.
Acordaron esforzarse y lo llevaron a casa de su padre. Lo hicieron con gran afán y no fueron oídos por nadie…
A la joven le vino al pensamiento cuánto la quería Diego y de cuánto había hecho por ella, y que por no quererlo besar había muerto. Acordó ir a besarlo antes que lo enterrasen; se fue a la iglesia del señor san Pedro, que allí lo tenían. Las mujeres honradas se levantaron por ella. Ella no se preocupó de otra cosa más que de ir hacia el muerto. Le descubrió la cara apartando la mortaja, le besó tan fuerte que allí murió. Las gentes que venían que ella, que no era parienta, estaba así sobre el muerto, fueron para decirle que se quitase de allí pero vieron que estaba muerta. El marido contó a todos a los que había delante el caso según ella se lo había contado. Acordaron enterrarlos juntos en una sepultura.
Los actos que aquí se hicieron fueron muchos, aquí se ha puesto tan breve como veis.
Camino que serpentea
entre tornillos y espliegos,
camino que ven sus ojos
todos los días desierto,
mira que Isabel mira,
mira muere de anhelo,
mira que el plazo termina
y no viene el caballero.
Que no cierre el centinela
la puerta de sus desvelos,
que no duerma en las almenas
el vigía, que Don Diego
ha de llegar galopando
hacia unos brazos abiertos..
L. Brien
El Beso
Solo un beso yo te pido,
un beso, Isabel tan solo:
a cambio de tantas noches
pasadas en el insomnio,
de tantos días de lucha
con sed, hambre y con agobio,
días hechos con dureza
pensando en el alborozo
de volver y hallarte mía,
de darte el honor y el oro
que por ti salí a buscar
y no sirve ya, pues otro
al fin se me llevó
Un beso. Isabel, un beso,
¡un beso a cambio de todo!
Aquí yacen los célebres amantes de Teruel
don Juan Diego Martínez de Manilla, y doña Isabel de Segura.
Murieron en 1217, y en 1708 se trasladaron a este panteón.
Origen de Teruel
Los aldeanos que habitaban en la zona salieron en busca de un toro salvaje que recorría los alrededores. Una noche, el animal se detuvo bajo una estrella y comenzó a bramar. Los adalides tomaron como buenas las señales que el Cielo y la Tierra les presentaban, y construyeron allí la villa. Tomaron del toro tres letras, «Tor», y de la estrella, llamada Actuel, otras tres, «Uel». Estas seis letras juntas dieron el nombre a la villa: «Toruel».
El lugar donde el toro y la estrella se detuvieron es ahora la plaza del Tórico.
40°20'33.36"N 1°06'22.11"W
40.342602, -1.106144