El Tesoro del Temple
En el año 718, Peñíscola estaba en poder de los árabes, donde construyeron una alcazaba sobre el peñón
En 1233 pasó a manos de Jaime I, que en 1294 llegó a un acuerdo con la Orden de los Caballeros Templarios y se lo entregó. Ese año se inició la construcción del castillo, que finalizó en 1307. Situado en la zona más alta del peñón que domina la ciudad, alcanza una altura de 64 metros sobre el nivel del mar. Su perímetro es de unos 230 m y tiene una altura media de 20 m.
Cuenta la leyenda que después de años de apogeo de los Templarios, el endeudado rey de Francia, Felipe IV, quiso desmantelar la Orden para apropiarse de sus riquezas e inmenso patrimonio. Así comenzó su declive y finalmente desaparición no sin antes quedar algunos cabos sueltos.
Ante la amenaza del rey de Francia, los Templarios de París contactaron con el maestre de la Orden en Peñíscola para anunciarle que iban a realizar un envío con los tesoros guardados en el Temple de París hasta su castillo. Desde el Sena partió una embarcación con varios cofres, repletos de metales, piedras preciosas y un manuscrito de Salomón, capaz de cambiar el mundo.
Cuando Felipe IV ordenó incautar las riquezas de los Templarios de París no encontraron ni una moneda. No se sabe qué ocurrió con esta embarcación pero la leyenda dice que llegó a las costas de Peñíscola y que el tesoro sigue escondido en algún lugar de la Sierra de Irta o en el Castillo del Papa Luna.
Las escaleras del Papa Luna
En la zona este de la fortificación, a 45 metros sobre el nivel del mar, encontramos una escalera que da directamente al mar, adaptándose a las rocas del acantilado. La escalera tiene más de cien peldaños, estando la última parte labrada en la roca.
La tradición y la leyenda atribuyen la realización de la escalera al propio Benedicto XIII, que la habría construido, milagrosamente, en una sola noche, cuando triste y desalentado por la deslealtad de los suyos decidió descender directamente hasta el mar y una vez allí extender su manto pontificio sobre las olas y apoyándose en su báculo, flotando, se trasladó a Roma para entrevistarse con sus enemigos, presentándose ante el pontífice romano, sin esperarlo, para exclamar:
"¡El verdadero papa soy yo!"
40°21'31.7"N 0°24'28.5"E
40.358800, 0.407926