Monroyo (Teruel)

La batalla de Tévar

La batalla de Tévar tuvo lugar en el año 1090, cuando todos aquellos territorios estaban bajo el dominio árabe. Los moros estaban en situación de debilidad, organizados en pequeños reinos de taifas. El territorio del Bajo Aragón estaba repartido entre las taifas moras de Zaragoza, Lérida y Tortosa, enzarzadas en interminables disputas entre sí.
Batalla medieval El conde de Barcelona Berenguer Ramón II, con sus mesnadas, actuaba como mercenario de Almundir de Lérida. El Cid y los suyos, actuando mercenario, defendían los intereses de Almuzaín de Zaragoza. El héroe castellano acampó en la hoya de Tévar y esperó allí a su enemigo. El conde quería atacarle por sorpresa, bajando por la pendiente del pinar para caer sobre el campamento situado en el llano. Berenguer Ramón II tenía muchos más hombres que el Cid y además atacaba desde arriba.
Sin embargo, el Cid, excelente estratega, utilizó sus servicios de información y logró averiguar las intenciones del conde. Así, decidió que el grueso de sus tropas no esperara en el campamento y ocultó a una parte de sus hombres en los flacos, a media ladera. Se escondieron entre la maleza o en cuevas y el grueso de sus tropas recibió de frente a los hombres del Conde de Barcelona, en plena pendiente de la ladera. Cuando estaban enzarzados en la lucha, aparecieron por detrás, y por ambos flancos, los castellanos emboscados. Finalmente, las mesnadas del Cid cercaron y apresaron a los francos (así se denomina en el Cantar a los barceloneses) y se apropiaron de un importante botín de guerra. El mismo conde y sus caballeros fueron capturados y llevados al campamento. Unos días más tarde fueron puestos en libertad. Según algunas versiones, tuvieron que pagar un cuantioso rescate por su liberación.
La batalla tuvo lugar en el pinar de la pendiente. El paraje está situado unos 18 kilómetros al norte de Torremiró (lugar donde los historiadores, desconocedores de la topografía del término de Monroyo, han situado el monte Tévar).
Nueve años después de la batalla de Tévar, el conde Berenguer Ramón II se enroló para luchar contra los moros en la primera cruzada, donde al parecer murió. Poco después, María Rodríguez, una de las hijas del Cid, contrajo matrimonio con Ramón Berenguer III, sobrino del derrotado de Tévar y sucesor suyo como Conde de Barcelona. Bonita manera de recuperar, vía dote, una parte del tesoro que el Cid había ganado en Monroyo a los barceloneses, como botín de guerra.

La leyenda de la batalla del pinar de Tévar, que se libró en los bosques de los alrededores del río Escorza. Cuentan que el conde Berenguer Ramón perdió una de las siete partes de su alma en la batalla y que esa parte se quedó en el 2.000 alma de los guerreros muertos. Cada diez años, los acabados en cero, al amanecer del último día de octubre, una nube blanca que baja desde Torremiró hasta el lecho del río Escorza, es el portador del impetuoso rugido de una encarnizada lucha entre los relinchos de los caballos, el chocar de las armas, los lamentos de los heridos y los estrepitosos gritos de los guerreros que van muriendo a golpe de espada.

40°47'16.78"N 0°01'57.13"W
40.787993, -0.032536

Cantar de mío Cid

Llegaron las nuevas al conde de Barcelona,
De Mío Cid Ruy Díaz y de sus correrías por la tierra toda.
Sintió muy gran pesar y lo tuvo a gran deshonra,
El conde es muy follón y dijo entonces una vanidad:
“Grandes agravios me ha hecho Mío Cid el de Vivar,
Dentro en mi corte, me hizo agravio muy grande,
Golpeó a mi sobrino y no lo enmendó jamás.
No le desafié ni le devolví enemistad,
Mas cuando él me lo busca, se lo iré a demandar.”
Grandes son las huestes y aprisa se van acercando,
Grandes gentes se unen de entre moros y cristianos,
Marchan contra Mío Cid, el bueno de Vivar,
Tres días y dos noches no dejaron de avanzar.
Alcanzaron a Mío Cid en Tévar y el pinar,
Así viene de reforzado el conde, que a manos le pensó atrapar,
Mío Cid don Rodrigo traía grandes ganancias,
Desciende de una sierra y llegaba a un valle.
Del conde don Ramón le ha llegado un mensaje,
Mío Cid cuando lo oyó, envió para allá:
“Decidle al conde no lo tenga a mal
De lo suyo no llevo nada, que me deje ir en paz”.
Respondió el conde: “¡Esto es verdad!
Lo de antes y de ahora, todo me lo pagará.
¡Va a saber el desterrado a quien vino a deshonrar!”
Se volvió el mensajero a no poder más;
Ahora comprende Mío Cid el de Vivar,
Que, a menos de batalla, no se podrán de allí marchar.
“Ya caballeros guardad aparte la ganancia,
Aprisa pertrechaos y echad manos a las armas,
El conde don Ramón nos va a presentar batalla,
De moros y de cristianos trae gentes soberanas,
A menos batallemos, no nos dejarán por nada,
Más adelante nos tratarán de atacar, sea pues aquí la batalla.
Apretad los caballos y vestid las armas,
Ellos vienen cuesta abajo, y todos traen calzas,
Y las sillas bien guarnecidas y las cinchas bien forradas;
Cien caballeros debemos vencer aquellas mesnadas,
Antes que lleguen al llano les presentaremos las lanzas,
Por uno que golpeéis tres sillas vacías vayan.
¡Verá Ramón Berenguer tras quien a chocar armas
En este pinar de Tévar para quitarme la ganancia!”
Todos están preparados, cuando Mío Cid hubo hablado,
Las armas tenían en mano, montados en sus caballos,
Vieron venir cuesta abajo las huestes de los francos,
En lo hondo de la cuesta, ya cerca del llano,
Los mandó atacar Mío Cid, el nacido con buen hado.
Esto hacen los suyos de voluntad y buen grado,
Los pendones y las lanzas, tan bien las van empleando,
A los unos golpeando y a los otros derribando,
Vencido ha esta batalla el nacido con buen hado.
Al conde don Remón, a prisión se lo han llevado.
Allí ha ganado a Colada que, de plata, vale más de mil marcos.
Allí venció esta batalla y con ella honró su barba.
Prendieron al conde, para su tierra lo llevaba.
A sus servidores mandó que lo guardaran,
Fuera de la tienda ya se retiraba,
De todas partes los suyos se juntaban,
Se complació Mío Cid de lo grande que era su ganancia,
A Mío Cid don Rodrigo gran festín aderezaban,
El conde don Ramón no lo aprecia para nada.
Le sirven la comida, delante se la presentaban,
Él no lo quiere comer, a todos denostaba.
“No comeré un bocado de cuanto hay en toda España,
Antes perderé el cuerpo y dejaré el alma,
Pues tales desharrapados me vencieron de batalla.”
Mio Cid Ruy Díaz oiréis lo que dijo:
“Comed, conde, este pan y bebed de este vino,
Si lo que digo hicierais, dejaréis de ser cautivo,
Si no, en todos vuestros días no veréis cristianismo.”
Dijo el conde don Ramón:
“Comed vos don Rodrigo, y cuidaros de holgar,
Que yo me dejaré morir, que no comeré jamás.”
Hasta el tercer día animándolo están,
Repartiéndose aquellas ganancias grandes,
No le hacen comer ni un muerdo de pan.
Dijo Mío Cid:
“Comed, conde algo, pues si no coméis, no veréis cristianos,
Y si vos coméis, en lo que sea de mi agrado,
A vos y a dos hidalgos os soltaré y estrecharé la mano.”
Cuando esto oyó el conde ya se iba alegrando.
“Si lo hiciereis así, Cid, lo que habéis hablado,
Por el resto de mi vida quedaré maravillado.”
“Pues comed conde y, cuando hayáis terminado,
A vos y a otros dos os daré la mano,
Mas cuanto habéis perdido y yo gané en campo,
Sabed, no os daré a vos ni un mal centavo,
Mas lo que habéis perdido no os lo daré,
Pues para mí lo necesito y para estos mis vasallos,
Que conmigo andan lacerados; eso no os lo daré.
Prendiendo de vos y de otros, nos vamos apañando.
Viviremos en esta vida mientras quiera el Padre Santo,
Como airado del Rey y de su tierra expulsado.”
Alegre es el conde y pidió agua para las manos,
Se la ponen delante, trayéndosela rápido,
Con los caballeros que el Cid le había liberado.
Comiendo va el conde ¡Dios, de que buen grado!
Junto a él estaba el nacido con buen hado.
“Si bien no coméis, conde, hasta sentirme agradado,
Aquí haremos nuestra morada, no nos separaremos ambos.”
Aquí, dijo el conde: “¡De voluntad y con agrado!”
Con estos dos caballeros aprisa va masticando,
Pagado es Mío Cid, que lo está observando,
Porque el conde don Ramón tan bien movía las manos.
“Si os pareciera bien, Mío Cid, estamos ya para marcha preparados,
Mandad que nos traigan las bestias y cabalgaremos rápido;
Desde el día que fui conde, no comí con tanto agrado,
El sabor que me ha dejado jamás voy a olvidarlo.”
Le dan tres palafrenes muy bien ensillados,
Y buenas vestiduras de pellizas y de mantos,
El conde don Ramón entre los dos está situado,
Hasta el final del campamento los siguió el castellano.
“Os marcháis conde, a estilo de buen franco,
Os quedo agradecido de lo que me habéis dejado,
Si os pasara por la mente el tratar de vengaros,
Si vinierais a buscarnos, bien sabéis dónde hallarnos,
Y si no, mandad buscar donde dejarnos,
Parte de lo vuestro o llevaros de lo mío algo.”
“Holgad ya, Mío Cid, pues estáis muy a salvo,
Os he pagado bastante por todo este año,
De veniros a buscar, ni siquiera hay que pensarlo.”
Aguijaba el conde y comenzaba a marchar,
Va volviendo la cabeza y mirando hacia atrás,
Todavía con miedo de que Mío Cid se vuelva atrás.
Lo que, por nada del mundo, el adalid hará.
¡Una deslealtad nunca la hizo a nadie!
Se marchó el conde y regresó el de Vivar,
Se juntó con sus mesnadas, para con ellas ponderar
La ganancia, que han hecho, maravillosa y grande.